viernes, 28 de abril de 2023

El Gran Mat

 (Cuento)


El portazo en la Pathfinder R50 retumbó por todo el patio delantero de la escuela, y varias personas se dieron vuelta para mirar. Matías escuchó el grito de su padre, pero no se dio vuelta.

-    ¡Matías, volvé acá! ¡¡Matías!!
Lo estaba llamando “Matías”, no “Mati”, ni “Matute”, y con eso él tendría que haber sabido que su padre estaba realmente enojado, pero no le importó. Él también estaba enojado. Era malo tener padres divorciados, pero tener un viejo egoísta que se quería hacer el pendejo era una reverenda mierda. Le había pedido una sola cosa: que pagara el viaje de egresados. Nada más, solamente eso. No le pedía tiempo, ni atención, ni nada que se le pareciera. Solamente que pagara el viaje. Tenía plata para comprarse la Pathfinder, tenía plata para camperas de cuero y para viajar con esa atorranta de veinte años que se estaba cogiendo ahora, así que también podía tener plata para pagarle el viaje a su hijo. Lo que no tenía era cerebro disponible. Estaba demasiado ocupado en volver a los veinte, así que pedirle que además se comportara como un padre era mucho pedir. Pero Matías no tenía derecho a enojarse, no señor, porque papá había pedido perdón. Palabra mágica: Perdón. Los viejos piden perdón y ya está, todo solucionado. La madre también le pedía perdón cuando llegaba la noche y no había cena, porque había estado tan deprimida que no había podido cocinar. Una regla de mierda esa: si te piden perdón, no te podés enojar. Bueno, Matías estaba enojado. Que se metieran el perdón en el orto.
Entró como un toro y se acomodó en la fila de 7° A. Los demás lo miraban con una mezcla de simpatía y sumisión. Eran todos insectos que sabían lo que les convenía. Así que todos fingían camaradería y se reían de sus chistes. Todos salvo Leandro. Leandro lo miraba con su propia combinación de miedo y desprecio. Como quien mira a un borracho haciendo un escándalo en la puerta de su propia casa. Como detestaba a ese idiota. No hacía más que intentar agradarles a los maestros, y claramente iba a salir puto. Ya se le notaba.
Leandro lo miraba fijo, como si en algún momento lo fuera a atacar. El Gran Mat se acercó, y le dijo, con un tono suficientemente alto como para que los demás chicos escucharan, pero no la maestra: - ¿Qué mirás maricón? ¿Me querés chupar la pija?
Los demás chicos empezaron a reír a carcajadas, y Leandro se puso a llorar de bronca, ahí en medio del patio. Que se joda, por imbécil. Sonó el timbre. Leandro salió corriendo al baño y…
El portazo en la Pathfinder R50 retumbó por todo el patio delantero de la escuela, y varias personas se dieron vuelta para mirar. Matías escuchó el grito de su padre, pero no se dio vuelta.
-    ¡Matías, volvé acá! ¡¡Matías!!
Entró como un toro y se acomodó en la fila de 7° A. Ahí estaba Leandro, mirándolo fijamente, con esa mezcla de miedo y desprecio. Boqueo varias veces, como pez fuera de agua, hasta que al final dijo: - ¡Pobre Mati, se acaba de pelear con el papá y ahora no va a ir de viaje de egresados! ¡Pobrecito, ¿tu papá no te da plata?! ¿Se olvidó de vos?
Leandro intentaba ser desfachatado y hasta jocoso, pero la voz le temblaba, y el efecto se perdía. Terminaba resultando patético, y los otros chicos lo miraban con extrañeza. Matías se acercó con una media sonrisa fría en la cara. Lo agarró fuerte del brazo flacucho, tratando de provocarle el mayor dolor posible, y le dijo el oído, bajito pero firme: - A la salida te voy cagar a trompadas. Preparate, porque te voy a hacer mierda. No te va a quedar ni un hueso sano. -. Se alejó despacio, no sin antes ver como Leandro hacía fuerza para aguantarse las lágrimas. Sonó el timbre…
El portazo en la Pathfinder R50 retumbó por todo el patio delantero de la escuela, y varias personas se dieron vuelta para mirar. Matías escuchó el grito de su padre, pero no se dio vuelta.
-    ¡Matías, volvé acá! ¡¡Matías!!
Entró como un toro sin ver nada alrededor. Ni siquiera al chico que estaba al lado de la puerta con un ladrillo en la mano. El Gran Mat era muy alto para su edad, pero eso no evitó que le diera un ladrillazo en la rodilla derecha y lo hiciera caer al piso. Todo fue tan fuera de contexto, que nadie pareció notarlo, era simplemente un chico que se tropezaba al entrar a la escuela. Matías mismo no terminó de entender qué estaba pasando. Hasta que lo vio ahí de pie, mirándolo desde arriba con su mirada que ahora era puro desprecio y odio. Le llegó a estrellar 3 veces el ladrillo en la cabeza antes de que alguien lo detuviera…
El portazo en la Pathfinder R50 retumbó por todo el patio delantero de la escuela, y varias personas se dieron vuelta para mirar. Matías escuchó el grito de su padre, y se dio vuelta. No por el llamado de su padre, sino porque algo estaba mal. No sabía qué, pero tenía una sensación rara.
-    ¡Vení acá, Matías! ¡No te lo vuelvo a repetir!
Matías giró sobre si mismo, mirando alrededor, tratando de entender. Como un autómata, caminó hasta la fila de 7°A y se formó al final, todavía ensimismado. Vio a Leandro mirándolo confundido. Lo vio meterse el dedo chiquito en la oreja, y decir, sin dirigirse a nadie: - Algo está fallando.
De unos altavoces inexistentes se escuchó: - Si, Señor Irriaga, nosotros también lo notamos. Es una falla común en la simulación que se da por efecto de las reinterpretaciones. Suele pasar después de la octava o novena iteración. Vamos a ajustarlo y reiniciamos. Si aguarda unos minutos, por favor.
Leandro volvió a hablar con el meñique en la oreja: - Si, no hay problema, espero. -. Se sentó en un cantero del patio y se quedó ahí esperando, como si todo fuera perfectamente normal. Nadie parecía notar nada, todos seguían haciendo lo suyo, como si nadie hubiera escuchado ninguna voz.
El Gran Mat sintió un vacío en la boca del estómago. Parecía un déjà vu, pero era más raro que eso. Se paró frente a Leandro y se quedó ahí hasta que levantara la cabeza. - ¿Qué pasa acá? – le preguntó. Leandro dudó un momento. La voz del altoparlante imaginario se volvió a escuchar: - Puede tener conversaciones incongruentes con el contexto, Señor Irriaga. A veces sirven para desanclar la interferencia cognitiva. –
Leandro bajó la mirada y empezó a hablar, despacio y bajito: - Esto es una simulación terapéutica. Permite revivir momentos traumáticos y reconstruir el recuerdo del evento. Aparentemente da muy buenos resultados. –
Matías se quedó mirándolo, y finalmente lo golpeo en la cabeza con la palma de la mano. Era más que nada una respuesta natural frente a la sensación de que alguien lo estaba tratando de idiota, ni siquiera hubo bronca en el movimiento. – ¿Me estás tomando por pelotudo, pendejo de mierda? – . Leandro se encogió de hombros: - Pensá lo que quieras, en 5 minutos máximo esto se reinicia. Esto es como un videojuego, pero mil veces más adelantado, y es a nivel neuronal. Si quiero puedo reventarte la cabeza mil veces como hice la vuelta pasada y no me va a pasar nada.
Algo muy primitivo en su interior le decía al Gran Mat que tenía que enfurecerse por esa referencia a reventarle la cabeza. Pero otra parte necesitaba entender, porque eso parecía haber pasado, y sin embargo estaba ahí de pie sin ninguna herida, y había una voz que hablaba desde ningún lado y llamaba Señor Irriaga al maricón de Leandro. Y ahora Leandro le hablaba en voz alta de cosas rarísimas, pero nadie les prestaba atención. Si era un sueño, era un sueño muy complicado.
- ¿Yo qué hago acá? – preguntó, con legítima curiosidad. – Sos un recuerdo mío -, respondió Leandro. – Hoy me cagaste la vida, así que mi psiquiatra cree que es buena idea que te traiga de vuelta para ver si esta situación podría haberse resuelto de otra forma. Pero no encuentro manera, mi mejor intento fue el del ladrillo, pero me dicen que “no es una respuesta constructiva”.
- ¿Cómo que te cagué la vida?
- A partir de hoy, todos van a hacerme bullying por marica. Todos ellos. – respondió, señalando con tristeza al resto de los niños que estaban formando en el patio. -Y si, tenés razón, soy homosexual, aunque ni yo mismo lo supiera, pero eso no justifica todo lo que va a pasar después. A los 15 voy a tener mi primer intento de suicidio, y varios episodios depresivos a lo largo de mi vida. Ahora tengo 37 años y problemas de autoestima, ansiedad, relaciones abusivas, etcétera, etcétera. Todo eso empieza acá y ahora.
- ¿Qué es bullying?-, preguntó Matías. Leandro hizo una media sonrisa triste y respondió: - Justamente, el problema es que todavía no lo sabes. No sé si algún día lo vas a llegar a entender-.
Suena el timbre…
El portazo en la Pathfinder R50 retumbó por todo el patio delantero de la escuela, y varias personas se dieron vuelta para mirar. El Gran Mat entró como un toro y se acomodó en la fila de 7° A, mientras Leandro lo miraba fijamente con su combinación de miedo y desprecio.
- ¿Qué mirás maricón? ¿Me querés chupar la pija? - le espetó Matías, agresivo.
Leandro se quedó mirándolo, como quien lee un cartel en otro idioma. Finalmente, sonrió confiado, y con una seguridad en la voz que no se correspondía con sus 12 años le respondió: - La tuya particularmente no, pero quédate tranquilo, cuando finalmente te consigas limpiar el esmegma seguro que alguien te la va a querer chupar. -
La mandíbula del Gran Mat quedó colgando durante varios segundos, mientras su cerebro trataba de entender qué mierda estaba pasando. Una neurona conectó con otra, que provocó el inicio de una risa en algún lugar del diafragma. Y la reacción en cadena fue imparable, una carcajada creció hasta explotar en la garganta de Matías, y se contagió a los que estaban alrededor, que empezaron a reír a su vez. Sonó el timbre…
El portazo en la Pathfinder R50 retumbó por todo el patio delantero de la escuela, y varias personas se dieron vuelta para mirar.

 

FIN

miércoles, 26 de abril de 2023

Bar Kamchatka

 (Cuento)


Bueno, a ver. Estoy grabando esto porque ya tomé bastante, y hace un rato Santi me convidó un par de sequitas, así que no sé si mañana me voy a acordar de esto, así que me mejor me mando un audio, así mañana me acuerdo.

A ver, voy a tratar de hablar lo más prolijo que pueda, porque sino yo sé que mañana no voy a entender nada, así que mejor me concentro. Está fresquito acá afuera, mejor, porque me despabila un poco. Voy a respirar, a ver…

(Respiración durante 32 segundos)

Listo, ya estoy, bueno. A ver. Empecemos por lo Básico, sí. Estoy en el patio del Bar Kamchatka, lindo lugar, está bueno, yo no lo conocía. Es el cumple de Matu, vinimos a tomar unos tragos acá con los pibes. Son las 3:37, me fijé recién. Bueno, la cuestión es que yo salí un poco acá al patio porque estaba medio mareado. Y me iba a fumar un pucho mientras tomaba un poco de aire puro a ver si se me pasaba un poco. Tenía los cigarrillos, pero no tenía encendedor, porque se lo había prestado al forro de Joaco que siempre se los queda.  Cuestión es que acá había una chica, sentada en el cantero. Hermosa piba, tenía unos shorts y una campera de jean. Estaba mirando para adentro con cara de perdida. No, de perdida no, de otra cosa, pero no me sale la palabra. Le pregunté si tenía encendedor. Buscó en el bolsillo y me lo dio sin mirar. Me prendí el pucho, le devolví el encendedor y le dije gracias. Ni bola me dio, seguía como perdida. Le digo “Gracias” más fuerte, y ahí levantó la mirada. ¿Viste cuando te miran y sentís que te tocan? Bueno, eso. Me tocó con los ojos acá, en la boca del estómago. Me miró la boca un rato, y eso fue como si apretara más fuerte.

- ¿Estás fumando mentolados? ¿Me convidás? Hace rato que no fumo mentolados.

- Si, claro. Bancame que me fijo si me quedan dos. Creo que se me estaban por acabar.

- Tranquilo, acá nunca se acaba nada.

Me fijé y tenía tres. Puedo haber visto mal, pero lo que me acuerdo ahora es que eran tres. Eso es mucho muy importante. Le di uno a ella, y tienen que haber quedado dos. Ella se prendió el suyo, y yo me senté en el cantero al lado, pero no pegado porque no quería joder. Nos quedamos callados, ella estaba muy en una. Bueno, yo también, pero menos. De pronto me dice:

- Qué triste, que lo parió.

- ¿Qué triste qué?

- Quedar trabada acá.

- ¿Por qué trabada?

Me miró de golpe. Creo que casi me atraganto con el humo. Qué hermosa piba. Se me quedó mirando, y después me sonrió.

- Vos sos de los que no se dio cuenta, claro…

No le contesté. No me daba la cabeza. Cuando ya te pasás de borracho, se te van las ganas de charlar. Te querés quedar callado, que te dé el fresco, y listo.

- ¿Ves esa chica de allá? – siguió ella.

- ¿Cuál?

- La de remera rosa, que está chapando ahí en la esquina.

- Ah, sí. Es parecida a vos.

- Es mi hermana.

- Ah.

Le pegó una calada profunda a su pucho y siguió:

- El chavón es mi novio.

- ¿En serio?

- Si, boludo, ¿por qué te voy a mentir?

- Uh… qué garrón.

- Qué hijos de puta diría yo. Y yo estoy segura de que por ellos me quedé trabada acá. Te juego lo que quieras.

No paraba la piba. Se ve que le había pegado charleta. A mí no me molestaba, que siguiera hablando si quería, yo mucho no le iba a poder contestar. 

- Yo estoy hace montón de tiempo acá afuera pensando, y es medio una cagada. Yo creo que el castigo es este, que no podés hacer mucho más que pensar.

- Ajá.

- Vos, por ejemplo, no te diste cuenta, entonces no pudiste pasar al otro lado. No sé cómo funciona, pero es como que te tenés que despedir, te tenés que dejar ir para que tu conciencia pase, sino seguís haciendo lo que estabas haciendo.

- Claro.

- Y yo me di cuenta, yo vi los vidrios que reventaban para adentro, la bola de fuego, la gente cayéndose, el ruido. Yo vi todo eso. Vos no lo viste, ¿no?

- No. - le digo.

- Claro, por eso, entonces para vos no pasó nada. Vos seguís acá como si nada.

- ¿Qué vidrios?

- Los vidrios que reventaron con la explosión. Debe haber sido la estación de servicio de la esquina.

Ahí me paré de un salto.

- Pará, ¿qué pasó en la estación de servicio?

- Nada, no te preocupes, vos no te diste ni cuenta. Vení boludo, sentate, no pasa nada. Quedate un rato.

Y me quedé, porque estaba buena, y porque el novio se estaba chapando a la hermana. Capaz que estaba despechada y tenía suerte.

Y ahí me empezó con lo de su teoría. Me habló un rato largo, no me acuerdo exacto lo que me dijo, pero era más o menos así. Ella decía que le llevó un rato darse cuenta, pero a la larga lo entendió. Que los fantasmas existen desde siempre, porque la gente siempre dijo que veía fantasmas, así que deben existir. Y que, según ella, cuando una persona se muere sin darse cuenta, se queda haciendo lo que estaba haciendo. Por eso en los conventos hay fantasmas de monjas, y en los parques de diversiones abandonados se escuchan risas de nenes. Es gente que murió durmiendo la siesta, o muy violentamente, y ni se llegó a dar cuenta, y por eso siguen en la misma eternamente, sin pasar al otro lado.

Y después están los boludos como ella, que se quedan enganchados. Se dan cuenta de que se están muriendo, pero en ese momento no piensan en eso, sino en otra cosa, y se quedan rumiando su mierda. Lo dijo así, me gustó esa frase, aunque no sé si está bien dicho. Y esas son las almas en pena, me dijo. Las boludas como ella que se quedan para sufrir y para joder a la gente. 

- Yo salí acá y los vi. Primero pensé que me había confundido, pero no. Los estaba por ir a encarar, pero ¿para qué? Si ya está, ya me hicieron bosta. Capaz que en otro momento habría armado escándalo, pero que ya me han cagado la vida muchas veces, no me da ni para enojarme. Me dio tristeza por mi hermana, porque yo no me lo esperaba de ella. Sentí que si les hablaba me iba a poner a llorar y no daba. No quería hacer todo el show de la cornuda triste. Me fui para la puerta de adelante, pensando en ellos, en mí, en qué les iba a decir cuando volviera a entrar. Y ahí cuando estaba por llegar a la puerta sentí el ruido. Yo me di cuenta, ¿entendés?. Y otros que estaban cerca también se dieron cuenta, pero esos pasaron al otro lado en seguida. Y vos sos de los otros, sos de los que no se dieron cuenta y siguen en la suya. Vos vas a estar siempre acá en Kamchatka. No está tan mal, ponele. ¿Viniste con amigos vos?

- Si, pero pará un toque. ¿Vos decís que yo soy qué?

- Vos estás muerto, y yo también.

Me levante y me estaba alejando, pero me agarró del brazo y me hizo dar la vuelta. Me dijo:

- Mirá, yo no sé cómo funciona, lo más probable es que te olvides de esto y de mí, pero ojalá no, porque estoy aburrida de ser la única de acá que sabe. Si no me crees, mirá la hora, siempre vas a ver que es la misma hora. Y las cosas acá no se acaban. Los vasos siempre están llenos, siempre tenés guita en la billetera, y siempre vas a tener tres puchos en el paquete.

Y se fue. Se metió de nuevo al bar y se perdió entre la gente. Ahora cuando corte voy a mirar la hora en el celular, porque no me acuerdo como se hace para grabar y mirar la hora al mismo tiempo. Me podría fijar en el paquete de puchos, pero la verdad que me da miedo mirar.

Mañana me voy a cagar de risa de esto.


FIN


Las Moninas

 (Obra Corta)

Personajes

VANINA    Hermana mayor
MORA      
Hermana menor


 

Escena Única:

(Un camping, de noche. VANINA y MORA están sentadas delante de una carpa iglú. VANINA está meditando. MORA tiene frío y mira alrededor furtivamente.)

MORA: Listo, ahora que no miran, traé a papá.

(VANINA no responde)

MORA: ¡Dale Vanina, traé a papá antes de que se den cuenta!

(VANINA levanta una mano lentamente, llamándola al silencio. MORA se calla y refunfuña. VANINA continúa meditando. Masculla un mantra para cerrar la meditación, hace un mudra con las manos, y suspira antes de abrir los ojos)

MORA: ¿Ya está? ¿Ahora sí?

VANINA: (inhala y exhala profundamente) Guardá silencio y despejá tu mente. El universo nos envía información todo el tiempo, aunque no lo oigamos.

(MORA pone cara de fastidio)

VANINA: Haceme caso, detenete un minuto a observar el mundo que te rodea. Estamos en medio de la naturaleza, así que cada detalle se hace más nítido. Intentalo, te vas a dar cuenta de lo mismo que yo ya vi hace un rato.

MORA: Ay, dale, no seas forra, no me hagas hacer esto…

VANINA: Shhh, escuchá. Concentrate en el aquí y ahora. ¿Qué está pasando a tu alrededor?

MORA: Pasa que hace un frío de re cagarse, papá está adentro de la carpa esperando, vos estás ahí sentada haciéndote la mágica, y hay 5 mochileros con un pedo verde que no se mantienen en pie…

VANINA: ¡Exacto! Justamente eso quería que vieras.

MORA: ¿Qué de qué?

VANINA: Morita, Morita… si estuvieras atenta a tu entorno, conectada al tiempo presente, con todos tus sentidos alertas…

MORA: ¡Recibiría la energía del cosmos y bla bla bla! Es eso, ¿no? ¿Adiviné?

VANINA: ¡No, Mora! si estuvieras prestando atención, te daría cuenta de que la rubiecita de allá hace 15 minutos preguntó si alguien quería otra cerveza, y nadie quiso. Hace rato que a tres de los hippies los veo cabecear de sueño, y la rubia le tiene ganas al barbudo, así que en cualquier momento se meten todos en sus carpas y quedamos solas. Paciencia.

MORA: Me estoy cagando de frío.

VANINA: El frío es mental, hubieras hecho la meditación conmigo.

MORA: ¡No me jodas!

VANINA: En serio te digo, ¿me vez temblando a mí?

MORA: La meditación no sirve para todo, Vanina.

VANINA: No, para todo no, pero para esto sí. Yo ya no tengo frío.

MORA: Estás fingiendo para demostrar que tenés razón, nada más.

VANINA: Me lo enseñó Lisandro, el chico con el que salí hace unos años.

MORA: ¿El motoquero?

VANINA: No, el que hacía triatlón.

MORA: Ah, sí…

VANINA: Él nadaba en mar abierto. Para no tener frío, meditaba mientras nadaba. Se imaginaba en un lugar mucho más helado, como si estuviera en la Antártida. Después se concentraba en la temperatura real del agua. Así soportaba y conseguía superar la sensación. Y es verdad, funciona. Después me enteré de que muchos deportistas de elite hacen lo mismo, está demostrado científicamente que funciona.

MORA: Estaba bueno ese pibe, debía tener razón. (saca una petaca de adentro de la campera y se toma un buen trago)

VANINA: ¿Sabés que no hacía Lisandro?

MORA: No, ¿qué?

VANINA: ¡No tomaba alcohol! Porque eso aumenta la circulación superficial y te da sensación de calor, pero en realidad te enfriás más rápido, porque…

MORA: ¿Querés? (le ofrece la petaca)

VANINA: ¡Si! (toma la petaca que le ofrece MORA) ¡Salud! (toma un trago)

MORA: ¡Pensé que eras abstemia!

VANINA: Soy abstemia.

MORA: ¿Y entonces?

VANINA: ¿Vos no te chapaste a Juliana en cuarto año?

MORA: Si, ¿qué tiene que ver?

VANINA: ¿Eso te hace lesbiana?

MORA: ¡No, fue solo una vez!

VANINA: ¡Exacto! Salud. (toma un sorbo más de la petaca y tapa la botella)

MORA: ¡Escuché un cierre! uno de los mochileros se debe estar metiendo en la carpa.

VANINA: ¡Muy bien! ¡Qué perspicaz! ¿Viste que el universo te manda información todo el tiempo?

MORA: Vos que estás mirando para allá, ¿cuántos quedan?

VANINA: Veo a la rubia y al barbudo. Hay dos que se acaban de meter en su carpa, al quinto no lo veo.

MORA: Cerca del río escucho a alguien meando.

VANINA: ¡Excelente! ¡Qué buena audición! Sí, ahí está el quinto, orinando junto al río, de espalda entre los juncos.

MORA: ¡Qué grande yo! ¡Oído de águila, tengo!

VANINA: ¿No era vista de águila?

MORA: Las águilas deben tener buen oído también.

VANINA: Andá a saber.

MORA: ¡Ahí está! ¿Escuchaste ese cierre?

VANINA: ¡Si!

MORA: Cierre largo es carpa, cierre cortito es bragueta. Ese era corto. Ya debe estar volviendo.

VANINA: ¡Qué catadora de cierres que resultaste!

MORA: (con orgullo) ¡Si supieras de mi prontuario!

VANINA: Si, sé. Desde chiquita. ¡Qué talento tenías para escabullirte por las noches!

MORA: Papá no me descubrió nunca.

VANINA: ¡Si, te descubrió!

MORA: No, nunca, estoy segura. Mi audición es una habilidad entrenada. Cuando me quería escapar, escuchaba todos los ruidos de la casa. Me daba cuenta de dónde estaba papá, dónde estaba mamá, si estaban durmiendo o mirando la tele, todo. Y a la vuelta lo mismo, no volvía a entrar hasta no estar segura de que no hubiera nadie levantado.

VANINA: ¡Pero igual te descubrió!

MORA: ¡No, jamás se dio cuenta!

VANINA: ¡Pero, si! ¿No te acordás esa vez que dijo “me da vergüenza que mi hija sea tan puta”?

MORA: ¿Cuándo dijo eso?

VANINA: ¿No te acordás Mora? Lo conté un millón de veces, siempre nos reímos de esa anécdota.

MORA: No, no me contaste ¿Cuándo dijo eso?

VANINA: Sí, sí que te conté, fue la noche que… (se da cuenta de pronto) ¡Ay, no, nunca te conté! (se tapa la boca) Perdón, Mora, pensé que sabías. Olvidate de lo que te dije…

MORA: No, ahora contame, ¿cuándo dijo eso papá?

VANINA: Eso fue hace mucho tiempo, no vale la pena…

MORA: ¡Contame, Vanina!

VANINA: Pero, ¿para qué? Ya está muerto, esas cosas ya no importan…

MORA: ¡¡Contame!!

VANINA: Bueno, está bien. Pero vos tenés que entender, era otra época. Fue cuando te escapaste para los festejos de carnaval. Te veías a escondidas con el hijo del almacenero. Papá se había dado de que andabas en algo, y ese verano no te había dejado salir nunca, ni un solo fin de semana.

MORA: Yo tendría 16 o 17 años.

VANINA: Bueno, yo te oí esa noche cuando saliste por la ventana. Papá se había quedado mirando tele, y antes de irse a dormir, vaya una a saber por qué pasó por tu habitación. Vio que no estabas, golpeo algo, y largó una puteada. Después fue a su pieza y se ve que la despertó a mamá para contarle. No sé de qué hablaron, pero parece que discutieron un rato, y al final papá dijo fuerte, casi gritando “¡Me da vergüenza que mi hija sea tan puta!”… Vos tenés que entender, era un hombre grande, criado en el campo. Fue hace mucho tiempo.

MORA: Cierre largo.

VANINA: Si, ahí el tercer hippie se está metiendo en la carpa. Queda la parejita nomás.

MORA: Igual, yo ya sabía que pensaba así de mí. Siempre fui una decepción para él.

VANINA: Papá te quería, esas cosas eran por la crianza que tuvo. Se tomaba todo a la tremenda, era muy exagerado con todo el tema del recato y del qué dirán. Son formas de pensar antiguas, después de tantos años, a mí me da gracia.

MORA: A mí no, siempre fue muy estricto. Se ponía muy forro conmigo cuando estaba de malas. Con las dos, yo no sé cómo no le tenés bronca. Claro que vos huiste de esa casa mucho antes que yo.

VANINA: ¡Yo no hui!

MORA: Yo me quedé, vos no. Vos huiste, yo aguanté. Punto final.

VANINA: No hui, necesité irme para saber quién era yo, es muy distinto.

MORA: ¿Y yo?

VANINA: Vos siempre supiste quién eras, por eso te revelabas. Yo no, yo no podía confrontar, sentía la obligación de hacer lo que todos esperaban de mí. Crecí creyendo que por ser la hermana mayor tenía que ser una hija ejemplar. Si no me hubiera ido de esa casa…

MORA: ¡Y dejaste a tu hermanita para que se arreglara como mejor pudiera!

VANINA: ¡Y te las arreglaste! ¿O no? Vos podías mantenerte firme, y al final hacías lo que vos querías. Yo no tenía ese carácter, ojalá lo hubiera tenido.  ¿Te arrepentís de haberte quedado?

MORA: Shhh… bajá la voz. Escucho ruido a succión.

VANINA: ¡Ay, no! ¡Se la está chup…!

MORA: No, ¿qué decís? La rubia y el barbudo se deben estar besando.

VANINA: ¡Ah, menos mal!

MORA: Eso es ruido de beso. Lo otro se escucha más tipo… (hace ruido de felatio con la boca)

VANINA: ¡Asquerosa! (se ríe)

MORA: Están entretenidos, no nos dan ni bola, ¿no querés que traigamos a papá y terminemos con esto?

VANINA: No, ¿estás loca? ¡Mirá si nos ven!

MORA: ¿Qué pasa si nos ven?

VANINA: ¡Es ilegal! No se puede dejar las cenizas de un difunto en cualquier lado.

MORA: ¿Qué van a hacer? ¿Van a llamar a la policía? Esos mochileros deben tener mínimo tres kilos de marihuana.

VANINA: Esperemos un poco más, en cualquier momento se meten a la carpa.

MORA: Todavía me estoy cagando de frío.

VANINA: Vení acá, quejosa. Estoy segura de que pronto se van a acostar y seguimos con nuestro plan.

(MORA se acerca y VANINA la abraza, como para darle calor)

MORA: Lo hacés parecer como si estuviéramos en una película de espionaje: “Las Moninas contra los terroristas rusos”.

VANINA: ¡Las Moninas! ¡Hace años que no escuchaba eso! Papá nos decía así.

MORA: Si, llegaba del trabajo, y nos perseguía por toda la casa. “¿Dónde están mis Moninas? ¡Quiero un abrazo y un beso de mis Moninas! ¡Ya las voy a atrapar!”

VANINA: Éramos tan menuditas, que nos alzaba y nos llevaba a upa, una en cada brazo. Nosotros nos lo comíamos a besos, y él se mataba de risa… ¿Por qué nos decía Moninas?

MORA: Por Mora y Vanina: Moninas

VANINA: ¡Ah, mirá vos! ¡Tantos años y nunca me había dado cuenta!

MORA: ¿Viste? Vos me contaste algo que yo no sabía, yo te conté algo que vos no sabías.

VANINA: Nos amaba.

MORA: Si, supongo que sí.

VANINA: A vos te adoraba. Más que a mí.

MORA: Es muy loco que papá haya crecido acá.

VANINA: Si, allá donde está la proveeduría era el galpón de las herramientas. Y los frutales se extendía hasta casi llegar al río. Cuando compraron la propiedad e hicieron el camping, los talaron todos.

MORA: Debió ser una vida muy dura.

VANINA: Era muy distinta a la nuestra, eso seguro.

MORA: ¿Escuchaste? ¡Cierre largo! ¿Sabés qué significa eso?

VANINA: ¡Ya se metieron en la carpa!

MORA: ¡Traé a papá!

(VANINA entra a la carpa y sale con una caja de madera)

MORA: ¡Listo! Lo tiramos al río, o lo dejamos por acá.

VANINA: ¡Esperá! ¿Qué apuro tenés?

MORA: Dale, terminemos con esto y ya.

VANINA: Vení, poné las manos así.

MORA: ¿Para qué?

VANINA: Vos haceme caso. Entrelazá las manos y dejá el índice extendido. (le muestra cómo hacer un ksepana mudra)

MORA: ¿Así?

VANINA: Si, perfecto. Ahora repetí conmigo: Om Dhoom Dhoom Dhumavati Swaha.

MORA: ¡No, ni loca! ¿Qué son estas brujerías?

VANINA: No es brujería, es el mantra de la diosa Dhumavati, que nos enseña…

MORA: ¡No me jodas Vanina! Dejemos las cenizas y listo. Papá se hubiera cagado de risa de todas estas boludeces.

VANINA: No lo hago por papá, lo hago por mí, por nosotras. Todas estas boludeces que a vos te dan tanta gracia, son las cosas que a mí me ayudaron y me ayudan a vivir. Son importantes para mí. Y por esta vez, te pido que dejes todo tu cinismo al costado por un minuto, y me acompañes en algo que yo necesito hacer. ¿Es mucho pedir?

(MORA se queda en silencio un momento, pensando.)

MORA: Bueno, está bien, pero que sea corto. ¿Dumdum cuánto?

VANINA: Om Dhoom Dhoom Dhumavati Swaha

(VANINA y MORA cantan el mantra algunas veces y se quedan en silencio.)

VANINA: Te trajimos donde vos nos pediste, Papá. El lugar donde creciste y fuiste feliz. Te entrego al universo, porque ya no estás acá, y al dejar este plano te volviste parte del todo. Acepto todo lo que me diste, lo bueno y lo malo, porque ahora solo es parte de mí, y como me amo, te amo. (hace una inclinación con la cabeza, con las manos juntas) Ahora vos.

MORA: ¿Qué tengo que decir?

VANINA: Lo que necesites decirle.

(MORA piensa un momento)

MORA: Andate a cagar, papá. Te amo mucho. Te voy a extrañar.

 

FIN

Un acto épico

 (Cuento)


Este relato podría empezar como alguna historia brotada de los confines del tiempo, contagiada de voz en voz por bardos perdidos en los caminos. Leyendas de guerreros sacrificando sus vidas por algo heroico, pueblos venciendo invasores, hombre alcanzando nuevos horizontes, logrando lo jamás logrado. 

Pero no. 

Hay batallas cruentas de las que nunca nos enteraremos, y actos épicos que cambian destinos sin que seamos conscientes. Este en particular, comienza así:

Lorena se retiró del consultorio sin mover la pluma de lugar.

Lorena había pasado por muchos consultorios como ese, y de cada uno se había llevado un diagnóstico distinto. Ninguno le había dado mucho alivio a sus “síntomas”. Ni siquiera la habían acercado un ápice a la normalidad que sus padres pretendían para ella. Sus bienintencionados, asfixiantes y acomodados padres. Sabía que tener padres pobres le habría evitado todas las consultas y terapias que habían experimentado sobre ella. Los perseguía la culpa de pensar que tal vez no estaban poniendo suficiente dinero en resolver el problema de su pobre hijita. Que siguieran intentándolo, de todos modos, no solían preguntarle a ella qué opinaba al respecto.

La mujer al otro lado de escritorio hablaba en voz pausada y profesional. Al menos no era condescendiente, punto a favor de la doctora. En un flujo interminable de palabras, repetía lo que ya otros especialistas habían dicho antes, pero con menos soberbia. Otro punto más. 

Sus palabras eran azules y de textura lustrosa. Sabían a cuando se lame el yogur de la tapa de aluminio. Volvía una y otra vez sobre la cuestión del espectro autista, tengamos en cuenta que cada caso tiene sus propias características. De hecho, es muy pronto para diagnosticarla dentro del espectro. No nos conviene encasillar a Lorena, sino encontrar qué es lo que funciona mejor para ella. 

- ¿Y con sus… ataques? ¿Hay algo que podamos hacer sobre eso?

- Aparentemente, los episodios que me describieron se corresponderían con reacciones obsesivo-compulsivas, pero lo sabremos mejor cuando…

- Pero, ella sabe, doctora. Y eso la angustia mucho. ¿Cómo es que sabe? ¿Cómo puede saber?

- El cerebro registra mucha más información de la que somos conscientes, la asocia, y nos hace llegar a determinadas conclusiones o sensaciones. Eso es común, y es lo que popularmente llamamos intuición. En el caso de ella, aparentemente ese mecanismo ocurre con mucha mayor…

- ¿Pero qué nos recomienda que hagamos? ¿Qué debemos hacer cuando ella dice… lo que dice?

- Antes que nada, deben entender que no todo lo que ella dice cuando entra en estos estados es algo que efectivamente vaya a ocurrir. Y ella también tiene que entenderlo, gran parte de la ansiedad que se desata en estos episodios seguramente se origina en esta sensación de fatalidad.

La doctora perdió los dos puntos que se había ganado. Sus palabras azules atravesaban como guirnaldas la habitación, mientras las preguntas verdes y pegajosas de su madre se salpicaban por aquí y por allá, dejando un tufo a anisado por doquier. Sinestesia, u otras de las maravillosas consecuencias de tener el cerebro mal cableado. 

Y ahí estaba la pluma. No era una birome, no era un bolígrafo, no era una lapicera. Era una estilográfica. De esas que te regalan cuando obtenés un título en una universidad cara. Y su punta de metal en ángulo, filosa, con una gota diminuta de tinta descendiendo por su ranura. No podía verla, obviamente, porque tenía el capuchón puesto. Pero ahí estaba, un arma sedienta, a la mano de cualquiera que quisiera usarla. Si tan solo estuviera 5 centímetros más lejos del borde. Apenas 5 centímetros, incluso 3 serían suficientes si el sujeto fuera relativamente bajo. Sentía el borde de la pluma como un rasguño sobre un pizarrón. Un escorpión con su aguijón alzado, paseándose entre ellos, y Lorena era la única que lo veía. Sabía que ella era la única persona en la habitación capaz de entender la letalidad del objeto, y eso lo hacía aún más angustiante. No pudo evitar una crispación repentina cuando imaginó la facilidad con la que el filo de ese metal podía rasgar la piel de su cuello. Estaba por empezar otro “episodio”. 

Cuatro minutos y veintiséis segundos y la sesión terminaba. Podía aguantar ese tiempo. Las gotas de sudor que se formaban en su nuca la hicieron dudar. Mientras los demás no lo notaran, el brote no habría ocurrido. Solo disimular, nadie esperaba que ella hiciera nada, así que con no hacer nada era suficiente. 

Si al menos alguien corriera por casualidad esa pluma de mierda. ¿Quién tiene un objeto como ese en su escritorio? Pensar en lo que se escondía debajo del capuchón le generaba un ruido en su mente agudo como un rotor oxidado. Un torno escarbando una caries. Como acero rozando hueso. Apenas lo podía soportar. Mientras no comenzara a golpearse los oídos para apagar el ruido, iba a estar bien. Tres minutos cincuenta y ocho. Su padre dijo algo. Algo marrón, con olor a tabaco y a madera, y ella se pudo calmar un poco. Ojalá dijera algo más. La voz grave y mullida de su padre solía calmarla. Tal vez sí sobreviviría los tres minutos cuarenta y dos que faltaban. Si tan solo alguien la moviera de su lugar. La humedad en sus manos era pegajosa, roja y metálica. Le daba asco, pero no se secó las manos porque sabía que el mínimo movimiento desataría una reacción en cadena que no podría detener. Parpadeo varias veces cuando imaginó la punta de metal presionando su cornea justo por delante de su pupila. Ese movimiento sutil de los párpados estuvo a punto de hacerla perder el control. Presionó más los brazos contra sus costados, para evitar cualquier movimiento involuntario. Su madre seguía rociando su parloteo verdoso por todo el lugar, casi podía sentirlo chorreando del techo y las paredes. Y la estilográfica allí agazapada, como una cobra, midiéndola, a punto de atacar. Esa pluma era un depredador que hoy iba a alimentarse. Podía detenerlo, pero al mismo tiempo, no quería, no debía. Tal vez fuera como decía la doctora, todas esas imágenes que su mente escupía no eran presagios de nada. Eran fallas de fábrica de un cerebro que no debiera haber pasado las pruebas de calidad. Y sin embargo…

Se permitió el movimiento para agarrar una mano con la otra, para evitar abalanzarse y tirar la pluma por la ventana. No habría dejado una buena primera impresión en la nueva psiquiatra. ¡Cómo si eso importara! Probablemente no habría una próxima sesión. Dos minutos treinta y seis. 

- Bueno, si les parece bien, nos vemos el próximo martes. Cualquier cosa, tiene mi celular, no duden en llamarme.

La despedida de la médica se desplegó como una cinta que lánguidamente se dejaba caer. Faltaban dos minutos veinticuatro. Generalmente, le molestaba que las cosas ocurrieran antes o después de lo que debían ocurrir, pero esta vez el alivio de irse fue más fuerte.

Sus padres apretaron la mano de la doctora. Se estremeció cuando vio sus manos uniéndose unos centímetros por encima de la pluma. Le dio la mano a su vez, mirando fijamente el piso y aguantando la respiración. Te todas maneras, nadie esperaba que Lorena mirara a los ojos. Sintió una descompresión atmosférica cuando salieron de la consulta y pasaron a la sala de espera. Por un momento, pensó que se le iban a aflojar las rodillas, pero se mantuvo en pie. Había alguien sentado allí. El siguiente paciente los saludó lacónicamente. Tenía la voz de un negro brillante y adhesivo. Como alquitrán. Sus padres respondieron, ella no. Ella se quedó mirándolo fijamente. El hombre le mantuvo la mirada, hasta que se metieron en el ascensor. Mientras la puerta se cerrada, le sonrió y saludó con la mano. Lorena ahogó un grito. Sus padres no parecieron escucharla, o la ignoraron como lo hacían con muchos otros ruidos involuntarios que ella emitía. 

Esa sonrisa. Había algo en la forma en que los músculos se contraían alrededor de la órbita de los ojos. No era congruente, y a ella le dolían físicamente las incongruencias. El próximo paciente en la sala de espera tenía callos de tenista en sus manos. Un brazo derecho fuerte. El lóbulo parietal de Lorena comenzó a calcular probabilidades y tiempos, frenética e involuntariamente. El incidente ocurriría dentro de doce minutos y cuarenta y tres segundos. El instrumento se introduciría en el oído izquierdo de la médica. El primer golpe no sería suficiente, y solo le causaría dolor y confusión. El segundo haría que la punta llegara más profundo. Si tan solo estuviera cinco centímetros más lejos del borde del escritorio. Con cuatro hubiera sido suficiente.

Ya en el estacionamiento, se sintió orgullosa. Había evitado tener un ataque. Había pasado toda la sesión sin tocar la estilográfica ni una sola vez. Cada fibra de su cuerpo se lo pedía, pero ella resistió. Lorena se retiró del consultorio sin mover la pluma de lugar. Y eso, de por sí, fue un acto épico.

FIN

Cómo cocinar caracoles

 (Monólogo)


(Se escucha música de apretura. Se encienden las luces, y está MONICA parada frente a una mesada de escenografía de programa de cocina, con varios ingredientes decorativamente dispersos. MONICA viste un delantal de cocina, grandes aros y cabello muy arreglado)


MÓNICA: ¡Hola, hola mis queridas! ¡Muy buenas tardes, cómo están? Espero que muy bien. ¡Bienvenidas una vez más a “Cocinando con Mónica”! (hace una sonrisa a cámara al mencionar su propio nombre) Lo que vamos a preparar hoy es una receta muy especial, que aprendí de mi abuela. Mi abuela era una señora muy dulce, muy cariñosa y muy andaluza que me enseñó que todo en la cocina se trata de amor. Y hoy, como un homenaje a ella, vamos a preparar caracoles. ¡Si señoras y señoritas!  ¡Caracoles! Hoy por hoy ya no es tan común en nuestras mesas, pero es un plato delicioso y muy nutritivo, ¡en el que también pueden ayudarnos los más pequeños! Lo primero que vamos a hacer es seleccionar los caracoles más gorditos y felices para nuestra preparación. Actualmente no es fácil conseguirlos en cualquier mercado, pero una salida al campo puede ser el momento ideal para conseguirlos, y para eso, vamos a pedirles a los niños de la casa que nos ayuden. La forma más sencilla de que todos participen de buena gana es proponerles un juego. Mi abuela nos reunía a mis primos y a mí, y nos decía: “¿Les gustaría tener su propia familia de caracoles?”. “¡Siiii!”, le contestábamos todos. Entonces nos daba una canasta a cada uno, y nos pedía que pusiéramos algunas hojas en el fondo. Pero no cualquier hoja, ¡no, no, no, no, no! Hojitas tiernas de lechuga, para recibir a nuestros nuevos amiguitos con un festín. Nosotros acomodábamos las hojas de lechuga en el fondo de las canastas, como haciendo camitas para caracoles, ¡y salíamos a buscarlos por el campo! ¿Cómo nos divertíamos! Y siempre que volvíamos a mostrarle la canasta a la abuelita, nos decía “¡pero que poquitos! ¡Ve a buscar más, así tienes una familia bien grande!”. (se ríe) ¡Toda la tarde nos tenía así! (saca un recipiente lleno de caracoles) ¡Bueno, acá tenemos unos 25 o 30 caracoles, sanitos, grande y hermosos! ¡Ya están todos en su camita de lechugas! ¡Una familia entera de caracolitos! A ver si me enfoca la cámara. (muestra el contenido a la cámara) Primero vamos a purgarlos porque no sabemos que pueden haber estado comiendo estos traviesos. Así que vamos a ponerlos dos o tres días a comer harina, con un poco de tomillo y romero. Mi abuela le decía “llevar a los caracoles de vacaciones”. (se ríe) La abuela tenía un cajón grande, y todos los nenes armábamos montañas de harina ahí adentro. Con las ramitas de tomillo y de romero armábamos arbolitos, bosquecitos, y decíamos que era Bariloche para caracoles. (se ríe) ¡Tan ocurrentes son los niños! Dejábamos a los caracoles ahí una semana en ese entonces, porque así nos tenían entretenidos todo ese tiempo mirándolos y cuidándolos. ¡Hasta les poníamos nombres! Nos inventamos parentescos. Este es el papá, esta es la mamá, y estos más chiquitos son los nenes. Este es el tío Pepe, y esta es la abuela Tota. Y a la noche, antes de irnos a dormir, nos despedíamos. ¡Qué duerman bien caracolitos! ¡Una vez hasta los llevé a la escuela! (se rie) Cuando una es niña se encariña con cualquier cosa. De grande me enteré de que con 2 o 3 días ya es suficiente para que queden perfectos. A estos pequeñines que tenemos acá los vamos a poner en un tupper grande con harina, y los vamos a dejar en un lugar oscuro dos o tres días para que se purguen bien y tomen el rico sabor de las hierbas aromáticas que les hemos puesto. Después de purgarlos, lo que se hace a continuación es saltearlos. ¡Pero ojito, que no es saltearlos en una sartén! ¡No, no, no, no, no! En este caso, saltear consiste en dejar los caracoles al sol en una cacerola, con algo transparente encima. Esto es para que el calor haga que los caracoles salgan de su concha y mueran sofocados con la mayor parte del cuerpito afuera. Mi abuela, a este paso, le decía “llevar a nuestros amiguitos a Mar del Plata”. (se ríe) Nos convencía a todos que los caracoles ya debían estar aburridos de estar en Bariloche, ¿a qué otro lado los podíamos llevar? Y ahí todos decíamos ciudad reales e inventadas. ¡Paris! ¡Berazategui! ¡Tuturutata! Hasta que uno decía “¡Mar del Plata!”. Y ahí mi abuela “¡Eso! ¡Vamos a llevarlos a Mar del Plata!” Entonces ella ponía un pedazo de plástico en el fondo de una cacerola que tenía. Un pedazo de plástico que debía ser un trozo de mantel de hule viejo, a cuadros. Decía que era la lonita para que los caracoles tomen sol. Los poníamos ahí, los tapábamos con un plato de vidrio y los poníamos al sol. Los caracoles salían del caparazón y trepaban por todos lados, y nosotros gritábamos “¡Mirá cómo se divierten! ¡Les encanta la Bristol!” y nos matábamos de risa. (se ríe) ¿No es hermoso cómo las criaturas se divierten con cualquier pavada? Al final de la tarde, la abuela los iba a mirar y nos anunciaba “¡Chicos, chicos! ¡Se murieron de calor los caracoles! ¡Pobrecitos! ¿Ven? Por eso les digo que es peligroso quedarse mucho al sol, porque pueden quedar como los caracoles”. Y todos hacíamos como que nos sorprendíamos y nos poníamos tristes, pero igual ya sabíamos que se iban a morir. Bueno, todos salvo los que participaban del juego por primera o segunda vez. Yo lloré a moco tendido por los caracolitos hasta que tuve 8 o 9 años. ¡Qué tiempos aquellos! ¿Verdad? Una vez que ya están todos muertos, vamos a lavarlos bien para quitar los excrementos que puedan haber quedado pegados. ¡Adivinen cómo le decía mi abuela a este paso! No creo que adivinen, ¡era tan imaginativa para inventar juegos! A esta parte, ella le decía ¡“lavar los difuntos”! (se ríe) Entonces, entro todos preparábamos a las familias de caracolitos para su defunción. Los lavábamos en agua fría con mucho amor, y los poníamos sobre un repasador blanco, todos alineaditos. Y cuando el último animalito estaba perfectamente lavado, les dedicábamos unas palabras. ¡Era tan gracioso! "Los vamos a estrañar Pepe, Tota, Cuqui, Princesa y Tito. Fueron buenos caracoles, y los quisimos mucho. Gracias por haber sido nuestros amiguitos". Entonces la abuela nos decía: “¿Y si en vez de enterrarlos nos los comemos?”. Todos los chicos les decíamos que no, pero la vieja igual los agarraba y los tiraba en la cacerola con agua hirviendo. “¡No sean tan remilgados, que esto en la guerra era un manjar!”. Nunca supe de qué guerra hablaba. ¡Y vaya que quedaban exquisitos! ¡Y cómo no, si habían sido preparados con tanto cariño! (saca un recipiente con caracoles limpios) ¡Y aquí yo ya tengo preparados los caracoles muertos, limpios y listos para cocinar! Luego de la pausa, vamos a preparar unos apetitosos Caracoles a la Andaluza, dedicados a la Abuela María del Carmen, que Dios la tenga en la gloria. Y recuerden, todo lo que se prepara con amor, ¡siempre sabe más rico! ¡Hasta Luego!

(se escucha la música del programa y se van las luces)

FIN


Tuqui

 (Monólogo)

(MUJER de unos 40 años, sentada en el diván de un psicoanalista. Tiene un pequeño mono en la falda, que sostiene como si fuera un bebé. Va bien vestida, sencilla pero prolija)


MUJER
: Yo estoy acostumbrada a que me miren de esa manera, ¿y sabe qué?, no me importa lo más mínimo. Disimule todo lo que quiera, pero yo igual veo todo lo que le pasa por la cabeza. Le reconozco que usted disimula un poco mejor que los demás, imagino que por su profesión. Pero yo ya estoy harta, así que, si se va a reír de mí, o me va a mirar con lástima, hágalo ahora y pasemos a otro tema. Y no sea maleducado, si va a estar todo el rato mirando a Tuqui, al menos tenga la decencia de saludarlo. (simulando la voz del mono) ¡Hola Doctor! ¡Buenos días Doctor! (volviendo a su voz normal) ¿Por qué no lo saluda? ¡No sea maleducado, Doctor! ¡Muestre un mínimo de decencia! (ríe) ¡Tendría que haber visto la cara que puso! No sea imbécil, yo sé que él no habla. Y sé que es un mono. Pero lo que me revienta, es que todos se crean con derecho a tener una opinión. ¡Como si me importara! ¿No estamos en la época de a libertad, acaso? ¿Cada uno hace lo que quiere de si mismo, mientras no moleste a los demás, y no me importa la opinión de nadie? ¡Hipócritas! ¡Porque yo soy libre de hacer lo que se me canta, y todo el mundo se escandaliza de mi libertad, y me patologizan, y me mandan a un médico para que vea que mierda le pasa a la loca del mono! Bueno, no le pasa nada a la loca del mono. Yo sé que no habla. Yo sé que él no es un mono, y sé que no soy su madre. Soy su abuela. Porque yo fui madre una vez, anótelo en su libretita. Una nena hermosa tuve, muy hermosa para mí. Todo el mundo se lo preguntaba ¿cómo una mujer tan fea tuvo una nena tan hermosa? Tampoco es que el padre sea un galán. Pero si, manga de hijos de puta, me salió una beba preciosa… pero enferma. Dos a tres añitos tendría cuando le encontraron eso en el corazón. Me hicieron una explicación larga, larga, pero yo lo único que entendí es que mi beba iba a vivir poquito. Eso es lo único que escuche. ¡Y esos envidiosos de mierda en el fondo se deben haber puesto contentos, porque ya no les importaba que me hubiera salido una nena tan linda, no! ¡Ahora me tenían lástima por tener una hija enferma, y eso los debe haber regocijado! Shh, tranquilo Tuqui, tranquilo. Shh, shh. (acuna al mono en su falda) Siempre estaba enferma, y siempre estaba muy solita, se me aburría un montón la pobrecita. Y a mi suegra se le ocurrió regalarle un mono. La quise sacar carpiendo a la vieja metida esa. Pero después, cuando vi lo contenta que ella estaba, lo terminé queriendo. Tuqui le puso. Decía que era su bebé. Y lo ponía en su cunita, y lo llevaba en un carrito de juguete por su pieza. Lo amaba, y yo creo que, si estos bichos pueden amar, él también la amaba a ella. Primero le di la ropa de bebé de ella, para que jugara a vestir al mono. Después me pidió que le compre nueva. Y yo le compré, ¿qué iba a hacer? Era una nena sin felicidad, y de pronto se había encontrado con algo que le daba alegría. ¿Cómo le iba a negar algo? Lo llevaba a comer en la mesa con nosotros, nos pedía que lo saludemos, y nos fuimos acostumbrando a tratarlo como si fuera un integrante más de la familia, como a un bebé. No es tan raro, la gente lo hace con los perros y con los gatos, ¿no? Al último tiempo, cuando ella se empezó a sentir muy mal, ellos se abrazaban y estaban así todo el día. Él la consolaba, yo te juro que lo veías que la consolaba. Y a ella le hacía bien, la calmaba. Cuando se dio cuenta de que se estaba por morir, me dijo que yo tenía que cuidar a Tuqui, cuidarlo como ella. No entendí bien si me dijo como ella, o como a ella, la verdad. Hablaba muy muy bajito en ese momento. Para el caso es lo mismo. Y yo le decía que sí, que yo lo iba a cuidar cuando ella no estuviera. Y acá estoy. Dígame, ¿a usted realmente le parece que a mí me importa lo que usted piense de mí? ¿Lo que opine usted, o lo que opine cualquiera?

 

FIN